Pilar Sanz | EDUCACCIÓN

Entre los diferentes desafíos del retorno a la presencialidad en las escuelas, ciertamente la atención al bienestar es uno de los más centrales y complejos.  La realidad nos alerta sobre la enorme afectación del bienestar y de la salud mental por el aislamiento prolongado en los hogares, el miedo constante a contraer el virus, la restricción de movimiento y falta de actividad física, las situaciones de violencia vividas, el dolor por la pérdida de seres queridos, la incertidumbre por el desempleo, todo lo cual ha incrementado los factores de estrés tanto para estudiantes, docentes, directivos y personal de la escuela, así como para las familias.

Aunque se habla de una afectación sin precedentes a la salud mental, no se conoce con precisión su impacto en el bienestar de la comunidad educativa (BID, 2020; Varkey Foundation 2021).  Es muy probable que estos efectos vayan emergiendo en las aulas y las escuelas a medida que avance el año escolar.  Además, la adaptación misma a la vida escolar en el retorno puede ser vivida como una experiencia estresante frente a las restricciones de distanciamiento social y el cumplimiento de protocolos de seguridad, pues limitan las formas en la que estudiantes y profesores pueden socializar con sus compañeros.

Sin embargo, la otra cara de la moneda nos muestra que estudiantes, profesores y comunidad educativa han desarrollado también una gran resiliencia y han demostrado ser capaces de hacer frente a las circunstancias más adversas.  Con la vuelta a la presencialidad, se requiere seguir fortaleciendo la creación de resiliencia dentro de la comunidad educativa, contribuyendo a los procesos de sanación y recuperación pospandemia.  Ante esta coyuntura, la escuela más que nunca requiere convertirse en el espacio de soporte, protección y cuidado poniendo en el centro el bienestar de las y los estudiantes –tal como lo reconoce la normativa de retorno–, y el de toda la comunidad educativa.

Desde la Comunidad Aprendizaje con Bienestar hemos venido reflexionando sobre los desafíos y oportunidades que el actual escenario supone para atender al bienestar y la educación socioemocional. Y trabajar en ello no sólo como atención a la coyuntura, sino en perspectiva de posicionar y fortalecer el desarrollo emocional en el sistema educativo. En base a esas reflexiones, quisiera compartir las siguientes consideraciones que pueden ayudarnos en esa tarea:

1. Entender el bienestar como un fin en sí mismo al ser uno de los aspectos fundamentales para el desarrollo integral del estudiante, que es uno de los propósitos del sistema educativo. Sin embargo, en una tradición educativa donde se ha tendido a privilegiar los aspectos cognitivos por encima de los emocionales, este no es un reto menor.  Aprendizaje y bienestar están íntimamente relacionados, y deben tener la misma prioridad en el proceso de retorno, reconociendo la importancia de la educación emocional y el desarrollo de las habilidades socioemocionales que son inherentes al currículo.

2. Generar condiciones para atender el bienestar. No basta reconocer su centralidad, sino generar condiciones que permitan atenderlo adecuadamente.  Existe una preocupación justificada por la recuperación y consolidación de los aprendizajes. Sin embargo, las exigencias y demandas en torno a ello podrían jugar en contra para una adecuada atención a la dimensión emocional, y necesitamos estar alerta.  El cuidado de lo emocional toma otros tiempos, requiere ser empáticos y pacientes con los ritmos y procesos de adaptación de cada estudiante, respetando sus procesos de evolución y maduración.

Un ejemplo de lo anterior sería asumir que con destinar los primeros días para realizar actividades y dinámicas en las que los niños, niñas y adolescentes se encuentren y expresen sus emociones, bastará para luego ponernos rápidamente en “modo aprendizaje”. Sin embargo, al volver al colegio, las/os estudiantes van a sentir tantas emociones que en las primeras semanas (y a lo largo del año) se necesitará:

  • Facilitarles tiempo libre para reencontrarse, procesar, descargar y conectar a través del juego libre, sea este físico y de mucho movimiento, o tranquilo y simbólico. La expresión de emociones a través del cuerpo será fundamental, especialmente después de un largo tiempo de confinamiento donde la actividad física y el cuerpo ocuparon un lugar secundario. Será importante incluir estos espacios de juego no estructurado, pero sí supervisado.  Recordemos que la convivencia escolar sana necesita restablecerse gradualmente, y los espacios de juego libre deben ser protegidos para asegurar que quienes son más vulnerables no sufran más violencia y marginación.
  • Tomarse tiempo para generar cercanía y confianza con los estudiantes, preocupándose por otros aspectos de sus vidas que van más allá del rendimiento escolar. Los estudiantes han vivido en este tiempo experiencias muy distintas, que no conocemos del todo. Además, han crecido y han ido cambiando sin que desde la escuela hayamos podido acompañarles de manera tan cercana como lo hacíamos en el aula, y sin enriquecerse de manera cotidiana de la relación con sus pares. Necesitamos recuperar la disposición y el espacio para ello.
  • Generar espacios para escucharse en grupo e intercambiar experiencias personales acerca de lo vivido en pandemia. Espacios seguros donde puedan expresar las historias de lo que han pasado, de lo que ha cambiado en ellos/as y en sus vidas. Espacios donde se reciba cuidadosamente lo que cada estudiante necesite decir y compartir, dejando que sus emociones tengan un lugar, sin ser juzgadas ni comparadas. Espacios donde se revalore el sentido de pertenencia.
  • Fortalecer el protagonismo estudiantil. Necesitamos devolverles su voz y agencia sobre qué esperan y cómo imaginan este retorno. Que puedan darle forma a la nueva experiencia escolar para que les resulte estimulante. Y confiar también en su capacidad para construir compromisos y acciones compartidas que favorezcan su bienestar y el de toda la comunidad educativa.

3. Comprometer a la comunidad educativa en el cuidado y la atención al bienestar. En el contexto pospandemia y de vuelta a la presencialidad se viene discutiendo sobre a quién corresponde brindar la atención y soporte socioemocional a estudiantes. Necesitamos crear en las escuelas una cultura institucional de soporte, protección y cuidado. La complejidad de esta tarea requiere diferentes formas de brindar acompañamiento y contención socioemocional donde los docentes juegan un rol central ¡pero no son los únicos!

El vínculo de cuidado que establecen los docentes con sus estudiantes –y que se encuentra a la base del oficio de educar– se expresa en la receptividad a la experiencia afectiva y emocional de los estudiantes (Gómez, 2020).  La sensibilidad y acogida del docente frente a las situaciones y vivencias particulares de sus estudiantes es una forma fundamental de soporte socioemocional, y es un trabajo de todos los días. Supone poner en ejercicio los gestos del acogimiento como: observar con atención los comportamientos de nuestros estudiantes, destinar tiempo para conversar con ellos, escucharles empáticamente, brindarles calma y sosiego, entre otros.

Sin embargo, el escenario que nos deja la pandemia y el cierre de escuelas prolongado, demanda también anticipar y estar preparados para atender situaciones de diferente complejidad, donde será necesario un apoyo socioemocional adicional.  Aquí, los espacios y estrategias de tutoría, orientación y consejería serán fundamentales, así como el rol de las/os docentes tutores, especialistas de convivencia y psicólogos, para brindar el acompañamiento socioafectivo y cognitivo que responda a necesidades y circunstancias individuales o grupales que así lo requieran.

Asimismo, se requiere estar preparados para poder reaccionar adecuadamente y detectar tempranamente casos donde la salud mental pueda estar comprometida.  Docentes – y la comunidad educativa en general – necesitan estar preparados para reconocer las señales de alerta temprana de malestares psicológicos o casos graves que comprometan el bienestar de estudiantes (y de cualquier personal de la escuela), así como para acceder a vías de derivación y tratamiento, ya sea a través de psicólogos u otros expertos en salud mental, como los profesionales médicos. De la misma forma que se manejan guías y protocolos para identificar y atender posibles casos de violencia, es importante ampliar el manejo de estos protocolos a otros cuadros de malestar psicológico como la ansiedad, el estrés, la depresión o el suicidio.

La contención emocional será necesaria para ayudar a restablecer emocionalmente a estudiantes o personal de la institución educativa afectados por el impacto de una situación de peligro o riesgo, o una crisis emocional.  Aquí, herramientas como los primeros auxilios psicológicos y la escucha empática serán de utilidad para ayudar a la persona a poder sobrellevar la crisis, y derivarla a una atención especializada. Es necesario que docentes, directivos y personal vinculado al bienestar puedan tener una preparación básica en el manejo de estas herramientas para poder reaccionar adecuadamente ante una eventual situación de crisis. Y también se necesita que las escuelas cuenten con un directorio de instituciones de apoyo para hacer las derivaciones cuando sea necesario.

Todas estas formas de soporte, acompañamiento y contención socioemocional necesitan un trabajo articulado, cercano y de apoyo entre docentes, docentes tutores, especialistas de convivencia, psicólogos y directivos.  Asimismo, otra condición fundamental, será priorizar el cuidado del bienestar socioemocional de los docentes, es decir, atender el cuidado de los cuidadores.  Para ello, en cada escuela o red de escuelas será necesario: disponer de medidas, recursos y herramientas para el autocuidado y manejo del estrés; crear y mantener comunidades o redes de apoyo entre docentes, no sólo para intercambiar experiencias sino para acompañarse y darse soporte; identificar a docentes en situación de mayor vulnerabilidad para estar atentos a sus necesidades; facilitar el acceso y la derivación a servicios especializados en caso se requiera.

4. La escuela no puede sola, se requiere un enfoque territorial y comunitario para la gestión del bienestar. Para atender el bienestar de la comunidad educativa se necesita establecer y sostener relaciones colaborativas con otras escuelas y con la comunidad. Asimismo, fortalecer los vínculos intersectoriales en territorio que permitan articular y coordinar esfuerzos con las instituciones educativas para acercar y asegurar la provisión de diferentes servicios necesarios para atender el bienestar: servicios de salud (postas, centros de salud y centros de salud mental comunitarios); servicios de protección (DEMUNA, CEM, Defensoría), servicios de seguridad alimentaria (Qaliwarma), entre otros.  El rol de directivos de las IE como de las autoridades comunales y locales será clave para la activación y funcionamiento efectivo de estas redes de protección.

Lima 12 de abril de 2021

Referencias

Banco Interamericano de Desarrollo – BID. (2021). Educación inicial remota y salud mental durante la pandemia Covid-19.  Hablemos de Política educativa en América Latina y el Caribe 4. División de Educación – Sector Social

Gómez Ramos, Daniel (2020).  La acogida de la vulnerabilidad de la infancia: la responsabilidad ética-pedagógica en la escuela.  Educ. Pesqui., Sao Paulo, v.46, e220195

Varkey Foundation (2021). Briefing Reach Out, Rebound, Reorientate. Strategies to protect mental health in the school ecosystem during covid-19