Anna María Iglesia / Letras Libres

De origen nigeriano y residente en Nueva York, Teju Cole estuvo en Barcelona para presentar Cada día es del ladrón, su primera novela, que llega a las librerías españolas a través de Acantilado, después de que esta misma editorial hubiera publicado Ciudad abierta, el segundo trabajo narrativo de Cole. Licenciado en historia del arte, especialista en literatura flamenca, fotógrafo y escritor, Cole se reunió en Barcelona con Enrique Vila-Matas. Los dos escritores mantuvieron un diálogo en torno al caminar como forma de habitar el espacio y como sinónimo de escritura. Si algo define Cada día es del ladrón y Ciudad abierta es la figura del narrador caminante.

En sus dos novelas el caminar es una forma de desvelamiento de los secretos institucionales, de aquellas verdades que permanecen ocultas.

Sí, podríamos decir que es así. Me gusta mucho esta idea del caminar como desvelamiento de lo que no se dice.

¿Podemos decir que el caminar es una forma de subversión?

Prefiero quedarme simplemente con la idea de que caminar es desvelar los secretos institucionales. Hoy en día, damos por hecho muchas de las cosas que tienen que ver con nuestra vida y con nuestro contexto. Por esto, quiero que mis narradores no lo hagan: quiero que en mis novelas los narradores no den por sentadas las cosas en su mera apariencia, sino que investiguen aquello que parece obvio y que vayan más allá, en busca del sentido oculto más allá de la apariencia.

¿De aquí que sus personajes sean caminantes urbanos?

Sí: caminar te permite indagar en aquello que se esconde tras lo obvio, tras esa apariencia que nosotros asumimos con real. Caminando, la vida se hace más lenta, adopta el ritmo de la respiración y, sobre todo, de la frase escrita. Cuando caminas, respiras, observas y formulas tus propias frases, que pueden ser escritas o en forma de fotografía, porque, en cierta manera, el caminar tiene la misma velocidad de la fotografía. Yo descubrí muy tarde la razón por la cual mis narradores dan tantos paseos.

¿Qué razón es?

La razón es que no sé conducir. Si supiera conducir, mi experiencia de los lugares hubiera sido bastante distinta de la que es, pero dado que no conduzco, la experiencia que tengo y que he tenido siempre de Nueva York es de pie, caminando o viajando en el metro. Es decir, mi experiencia de Nueva York está muy arraigada al suelo. Lamentablemente, hoy en día tomo muchos taxis, así que se ha acabado la literatura.

En las novelas, usted presenta la ciudad como fake. ¿La ciudad es una gran falsedad?

Jamás habríamos podido imaginar lo que ha sucedido este último año en lo que se refiere a la falsedad. Ahora, todo es falso, la idea de realidad se ha puesto en discusión -piensa en las noticias falsas que circulan diariamente- y vivimos con esa sensación de surrealismo que antes asociábamos con la sociedad soviética, donde no se sabía lo que era verdad y lo que era invención. Ahora nuestra sociedad es así, no sabemos lo que es verdad y lo que es mera invención. Hace apenas una década, Facebook eran un espacio para reencontrarte con gente que ya conocías, amigos de instituto, exnovios… y Twitter era un lugar donde conocer gente nueva e intercambiar ideas. Ahora, sin embargo, las redes sociales son un espacio en el que la realidad se interroga y se pone en tela de juicio. Cuando leemos una frase en las redes sociales, lo primero que hacemos no es pensar si es interesante o no, sino preguntarnos si lo que hemos leído es verdad o no. Constantemente, la realidad se está cuestionando y ya no podemos fiarnos de lo que leemos. En mi caso, la idea de la realidad como fake es central en toda mi obra.

¿Y vuelve a abordar esta cuestión en su próximo libro?

Sí, mi próximo trabajo es un libro de fotografías y textos donde trato de interrogarme acerca de aquello que no vemos en las imágenes, aquello que es real, que está ahí, pero que no alcanzamos a ver. Y lo que trato de decir con el libro es que la realidad es mucho más que aquello que vemos. De ahí el título: Punto muerto. Quiero indagar en ese punto que nosotros no vemos, pero que está ahí para preguntarme qué hay allá donde no logramos ver y cuál es el sentido que se esconde. Así comienzo un juego interpretativo que tiene elementos místicos en cuanto se interpreta aquello que está más allá de nuestro alcance.

Su prosa es realista y, a la vez, altamente simbólica.

Yo creo que mi prosa es realista, es una prosa sencilla y descriptiva, procede directamente del mundo, pero hay en ella la constante tendencia de ir más allá de lo descriptivo. Hace un momento, estaba haciendo otra entrevista cuando de repente quedé fascinado por algo que estaba sucediendo precisamente aquí, sobre esta mesa: sobre el mantel blanco, me encontré con esta pestaña [Teju Cole me indica una pestaña, que está a pocos centímetros de su vaso de agua sobre la mesa cubierta con un mantel blanco]. Irremediablemente, empecé a hacerle fotos, mira [me enseña una de las fotos] ¿Es una foto realista o es una imagen simbólica? En verdad, la fotografía es solo una descripción de algo que está en el mundo: una pestaña sobre la mesa. Sin embargo, cuando seleccionas algo para fotografiarlo o para escribir sobre ello y, por tanto, cuando le concedes a este algo una atentos inesperada, entonces adquiere un valor simbólico, incluso surrealista.

¿El montaje es aquello que dota de simbolismo a lo meramente descriptivo?

Efectivamente, mi montaje narrativo responde a la voluntad de seleccionar algo y dotarlo de un significado que vaya más allá de su descripción. Esto es algo que hacen en sus películas directores que admiro mucho como son Chris Marker, Tarkovski o Víctor Erice en El espíritu de la colmena. ¿Qué significa la colmena en la película de Erice? Por sí misma no tiene un sentido, pero al observarla, al destacarla entre todas las demás imágenes, la colmena termina convirtiéndose en el reflejo del miedo y de la incertidumbre que caracterizaba la España en la que está ambientada la película. Y, volviendo a la anterior pregunta acerca de mi prosa, creo que todo realismo está cargado de simbolismo.

Por ejemplo, la Estatua de la Libertad descrita como una estructura que mata pájaros y que ya no remite al sentido primero –la libertad- por el cual fue construida

Es una ironía, pero una ironía realista. Para un escritor resulta muy atractiva la ironía realista: si observas la vida, ella misma te dice y te cuenta que no todo es como parece

Y a través de esta ironía realista, convierte la Estatua de la Libertad en metáfora de los Estados Unidos de hoy en día.  

Sí, como sabes, Estados Unidos ha dejado de ser una sociedad abierta, estamos pasando por una pesadilla nacional…. Pero, para regresar a tu primera idea y en relación a la idea de la ironía realista, a mí siempre me ha interesado luchar contra aquello que en inglés llamamos PR, es decir, las relaciones públicas. Estados Unidos es una gran operación de relaciones públicas. Les damos nombre a las guerras: Operación libertad duradera, Operación justicia infinita… es decir, incluso nuestras aventuras militares, a causa de las cuales centenares de miles de personas mueren, se llevan a cabo como forma de relaciones públicas. Y creo que la responsabilidad de un escritor, de un pensador, de alguien que crea imágenes, es hacer lo contrario de lo que hace la publicidad: no vender, sino desvelar, revelar. Toda la imaginería de la publicidad pretende ocultar para vender. Si te fijas en cualquier revista, encontrarás imágenes preciosas, pero que ocultan todo aquello que teóricamente pretenden mostrar. Lo que yo quiero es que las imágenes abran un espacio en la psique y, si es necesario, que molesten.

¿La responsabilidad del escritor es devolver al lenguaje el sentido que la publicidad le ha arrebatado?

¿Qué es el lenguaje ahora mismo? En estos días, el lenguaje se encuentra en una situación desastrosa, porque todos los días podemos decir cosas que no son verdad y no pasa a nada. Piensa en las mentiras de Trump: no se trata solo de que sea malvado, sino que miente constantemente y ha mentido tanto que a la gente ya le da igual. ¿En qué lugar nos deja este contexto a quienes queremos ser precisos con el lenguaje? Si a nadie le importa que le mientan, ¿qué lugar ocupamos aquellos que buscamos el sentido en el lenguaje? Respondiendo a tu pregunta, nuestra labor como escritores es la precisión, acotar el lenguaje para que sea lo más preciso posible, siendo conscientes de que, desafortunadamente, mientras nosotros buscamos el sentido en el lenguaje, el mundo va por el camino opuesto.

En cierta manera, el escritor trata de contrarrestar el relato de falsedad con su escritura.

El mundo exterior está cargado y se define por toda una suerte de ironías y de mentiras. Sin embargo, creo que en abierta oposición a las mentiras del mundo exterior está la realidad privada. Si, por un lado, las noticias que se nos dan desde el mundo exterior son falsas, por el otro, el lenguaje de nuestro corazón debe responder a la realidad de nuestros sentimientos y convicciones. Si para ellos el lenguaje es un juego sucio, para nosotros el lenguaje debe ser un juego honesto. Tenemos que estar en oposición constante a la realidad tóxica.

¿Qué me diría si le dijera que usted es un escritor con un compromiso abiertamente político?

Te diría que es verdad, pero te diría también que para mí la política es un proyecto filosófico amplio. La política no se reduce solamente a si el congresista de turno es demócrata o republicano. La política es, ante todo, la manera de ver la sociedad y, por lo que a mí se refiere, yo no tengo una visión de la sociedad fija, al contrario, mi mirada cambia, evoluciona en el intento de comprender la sociedad que me rodea. Mis novelas son políticas en cuanto reflejan mi visión de la sociedad y en cuanto expresan la mi idea de cómo creo que debería ser la sociedad. Mis libros no son la historia de chico conoce chica y luego se casan. Mis novelas quieren narrar cómo están constituidas las sociedades actuales y, sobre todo, quieren indagar en el concepto de libertad: ¿Qué es la libertad y qué libertad debe tener el individuo? ¿La transgresión a ciertas normas sociales debe ser castigada y, si es así, cómo debe insertarse el castigo en una sociedad que aspira a la libertad? ¿Se puede negar cierta libertad de decisión y con qué argumentos? Todas estas cuestiones son profundamente políticas.

¿Alguna respuesta para estas preguntas?

Para mí el ideal literario pasa por formular preguntas con suma precisión

¿Sin ofrecer respuestas?

Sí, pero, subrayo, se trata de formular las preguntas con suma precisión a través de una prosa correcta, conformada por frases bien hechas a nivel gramatical y sintáctico, pero también a través de una prosa estéticamente bella, porque la estética importa. Es cierto que la simple estética es solo publicidad, es ese entretenimiento que te encuentras en las páginas de revistas como Elle o Vogue. Sin embargo, la estética con un componente ético, simbólico o, incluso, testimonial es una puerta de acceso hacia un espacio de indagación en torno a aquello que está más allá de la mera apariencia. Por esto busco en la prosa la misma estética que busco en las fotografías, porque si haces del texto algo bonito el texto se convertirá en una puerta que lleve al lector hacia algo más, hacia ese otro lenguaje que no es el de la publicidad y de la apariencia.

Fuente: Letras Libres / España-México, 5 de mayo de 2017